Jueves.

El guardia de seguridad da una, dos, tres vueltas por el lugar. Se apoya sobre una silla, luego vuelve a atravesar el espacio y se apoya sobre otra. Saca su celular, lo abre, mira la hora, lo cierra, lo vuelve a guardar. Bloquea con una cinta el acceso al segundo piso, cierra la puerta de entrada.
La gente llega sola, con sus hijos pero generalmente en parejas. Compran, comen, hablan del día que acaba de pasar, de por qué no están la playa, del calor tan inhumano, de que Buenos Aires es muy triste así, y luego se van. El aire acondicionado hace olvidar momentáneamente el calor de las calles, el humo denso que se respira entre los carros.
Termino un libro de Bolaño. Quedo tan desconcertada, tan sobrecogida que debo empezarlo otra vez. Repaso nuevamente sus primeras páginas: tal vez intento recuperar algo de la historia que ya hacia el final se me escapa, tal vez sólo quiero forzarlo a alguna suerte de circularidad.
He visto entrar y salir al señor del delivery más de 10 veces. Va, entrega, vuelve, recoge, va, entrega, vuelve.
Debo encontrar un kiosco abierto de camino a la casa, no tengo cigarrillos hace dos días y mis uñas sufren las consecuencias. También debería buscar leche, tal vez pan o huevos. A esta hora ya no hay nada abierto. Nada donde vendan leche, pan o huevos. El otro problema es que no me quiero ir de acá, aunque huela a la comida del imperio y no quiera volver a ver una hamburguesa en mi vida, me siento mejor acá. Y quisiera terminar la novela de Bolaño. Y, al terminarla, volver a empezarla y volver a terminarla. Quedarme acá así, leyendo y releyendo la misma novela para siempre.
El guardia me mira leer y sé que sabe que hoy no tengo a dónde ir. Me mira e imagina que algún día tendrá mucho dinero y podrá viajar y comprar joyas y relojes y ropa muy cara, y no tendrá que volver nunca más a este lugar, ni como empleado ni como cliente ni como dueño ni como nada. Piensa que cuando sea millonario viajará, viajará mucho. Y tal vez en alguno de esos viajes se encontrará con una escena parecida a ésta. Entonces, como un gesto de condescendencia frente a su pasado, le comprará libros y un tiquete de vuelta a su casa a alguna muchachita triste que ya no tenga a dónde ir, que ya no sepa a dónde volver.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Carajo!

mario dijo...

Me gusta como se ve tu blog ahora. Escribe más!

néstor dijo...

deberías volver a publicar.

néstor dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
 
 
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