Vamos.

Nuestra última noche transcurrió entre un concierto de música enviada del más allá, una siesta en mi cama (que ahora es nuestra) y el aeropuerto a la madrugada.

Yendo o viniendo.
Quedándote o yéndote.

Vi tu avión despegando. Vi tu dulzura anidar adentro mío. Te vi quedándote cuando te ibas.
Vamos a esperar que el cielo sí sea uno solo, con mil formas. Me voy a ausentar un segundo, voy a soñar con nuestro mar. Voy a recrear nuestra arena, nuestra orilla, nuestro rincón olvidado del mundo. Y va a caer el sol otra vez y va a volver a salir y así nos vamos a ir buscando.

Depronto luego pueda haber una casa para los dos. Empieza una nueva añoranza. Se redirige el anhelo.
Creo que ya nos estábamos esperando.

Con tus arenas y mi viento, el tiempo corre hacia atrás.

Intersticio.

i.
Mi conversación con S. anoche giraba entorno a la letra Z como herramienta para simbolizar el sueño en las historietas, en los libros, en las películas. La Z, decía él, simbolizaba el final del idioma -cualquier idioma occidental-, del lenguaje, del pensamiento o la razón para entrar en la lógica subyacente del sueño.

ii.
Yo tengo la responsabilidad de renombrar el mundo incluso a costa de mí misma. Soy un móvil que transporta otras vidas (otras muertes). Las vidas pasadas, las vidas vencidas. Suena en mi cabeza tan arrogante como profético.

iii.
Leer elpájaroquedacuerda en el colectivo de vuelta a mi casa. Ver la ciudad amaneciendo. Ver el sol rozar con sus tenues rayos la piel de la gente que termina un día o apenas lo inicia. ¿Cuántas descripciones del amanecer habrá en el mundo? Y dentro de todas ellas, ¿qué lugar tendrá la que acabo, torpemente, de intentar?
Estar sola.
¿Quiénes de los que observo en el colectivo vuelven a su casa? ¿Quiénes acaban de partir de ella para volver por la tarde o por la noche, o tal vez para nunca más volver?

iv.
Escogemos estar solos. Optamos por fabricar el sputnik que seremos y nos lanzamos así, incomunicados y desprotegidos, a girar eternamente en el espacio.

v.
Me duele la música que se me mete por debajo de la piel y nunca se va. A veces me imagino que es lo que me ata a mi propio cuerpo.

vi.
Coixet y el frío.

vii.
No se debe oponer resistencia a la corriente: hay que ir hacia arriba cuando hay que ir hacia arriba, y hacia abajo cuando hay que ir hacia abajo. Cuando debas ir hacia arriba, busca la torre más alta y sube hasta la cúspide. Cuando debas ir hacia abajo, busca el pozo más profundo y desciende hasta el fondo. Busca la torre más alta y sube hasta la cúspide. Busca el pozo más profundo y desciende hasta el fondo.
Murakami y mis días de perpetua errancia.

Ir. Venir. Volver.

Tengo un dilema constante cuando me arriesgo a escribir sobre un lugar o un escena particular de la vida cotidiana. Si estoy en el lugar, intentar narrarlo desde alguna suerte de objetividad de la experiencia me parece extraño, un poco ajeno. Si, por el contrario, escribo desde el recuerdo, me siento un poco más dueña de las imágenes, de los lugares, de los momentos.

Pensaba en eso porque ahorita me paré a fumar a la ventana y mi perspectiva de la calle y de ese momento particular del día era tan clara, que quise tomarle una foto y enviársela a él. Estaba perfecto. Ese clima helado heladísimo, ese vientico, el ruido de los carros, la abrumadora-bruma, el color gris-azulado de la entrada de la noche. Era para una fotografía perfecta, clarísima, diciente, simbólica. Pero entonces pensaba: ¿qué le hubiera podido contar de eso si le mandaba la foto, qué tanto podría distorsionar o enriquecer la imagen -para mí autosuficiente- con las palabras que hubiera usado? Depronto sí, depronto hubiera podido particularizarla, como trato muchas veces. Pero no, en ese momento sentí que el momento tenía que ser y dejar de ser ahí mismo, apenas cayera completamente la tarde, y que nadie -ni yo- podía intentar retenerlo en una imagen estática. He tenido esa inquietud muy presente acá. He tomado muy pocas fotos porque apenas voy a sacar la cámara, a enfocar la imagen o a hacer click, siento que no es el momento todavía. Es extrañísima esa sensación, pero me gusta.

Hablaba con C. de los extraños laberintos que toma la conciencia para construir memoria. Hablábamos de la memoria sin recuerdo, es decir la sensación de llegar a un lugar completamente nuevo y sentirse, de inmediato, parte de él, de su historia, de sus calles, de sus memorias, sin haber estado nunca antes allí. Pensaba entonces en una idea del recuerdo como algo universal, no únicamente mediado por los hechos prácticos y las reminiscencias físicas, sino por una suerte de categoría del pensamiento mucho más amplia, mucho más avasalladora. Sentirse como en casa sin estar en casa plantea un mundo absolutamente inabarcable de emociones que me es difícil describir y comprender en este punto de mi vida. Empezar a estar de paso desde ahora y por el resto de mi existencia cuestiona una cantidad innombrable de postulados e ideas que habían marcado todas mis experiencias pasadas. Ahora se trata de ser un pasajero eterno. Se trata de hacer del viaje una nueva cotidianidad. La extranjería empieza a hora y, como le decía a C., probablemente nunca se irá, nisiquiera cuando vuelva a mi casa. Ya no será mi casa, ya no seré yo su estática habitante, ya nunca volveré a ser una ciudadana circunscrita a un lugar específico, a una nacionalidad, a un país, a una ciudad, a un hogar. La categoría, hasta hace unas semanas segura e inamovible, del hogar está cambiando radicalmente de sentido, desde hoy y para siempre.

Cada espacio nuevo que descubro en Buenos Aires me habla de todo esto. Cada calle, con la historia y la ficción que la constituye, me habla de mí misma en el plano del viaje eterno. Tener que apropiarme de un nuevo espacio, de una nueva rutina y ritmo de vida me resulta impactante. ¿Qué es habitar, que es poseer un espacio físico? El recorrido es una ilusión, el viaje y la conquista del espacio ganan significado sólo en la medida en que son un acto consciente, encaminado a apropiarse, verdaderamente, de la ciudad; no sólo como geografía, sino en su totalidad marcada por el fragmento, el instante, la pieza informe del rompecabezas inacabado que es el mundo.

Perec escribe:

O bien arraigarse, encontrar o dar forma a las raíces de uno, arrancar al espacio el lugar que será el nuestro, construir, plantar, apropiarse milímetro a milímetro de la propia cosa: pertenecer por entero a nuestro pueblo, saber que no es de la región de Cévennes o de Poitou. O bien no llevar más que lo puesto, no guardar nada, vivir en un hotel y cambiar a menudo de hotel y de ciudad y de país; hablar, leer indiferentemente cuatro o cinco lenguas; no sentirse en casa en ninguna parte, pero sentirse bien en casi todos los sitios.

El viaje presenta así la dicotomía entre conquista y percepción. El viaje predispone a la transición, al movimiento y, de alguna manera, al cambio. El viaje implica, casi que necesariamente, una predisposición a la contingencia.Encuentro entonces una correspondencia muy clara entre el viaje y la escritura en este momento de mi vida. Es justamente esta metáfora del viaje físico la que me sirve ahora para ilustrar el proceso humano que ocurre en su afán de conquista de un espacio del que no es consciente que es autor: se trata entonces de re-poseer lo que en principio, y sin esfuerzo, le es propio. Lo mismo sucede en el viaje interior, expresado mediante el acto de la escritura: posiblemente no se trata de asir la totalidad, el espacio absoluto e íntegro que en su sed ciega de posesión cree que debe conquistar; es, por el contrario, una exploración geográfica del instante, del fragmento, de la propia voz.

brimcar con fogo



(qué tal estuviéramos en ciudades distintas-distantes. en países distintos-distantes. en mundos distintos-distantes. en dos galaxias excluyentes. qué tal estuviéramos hechos de materiales distintos (y no de la misma madera). qué tal migraras como una de esas libélulas que son capaces de recorrer 140 kilómetros en un día para llegar al clima adecuado (leía hace poco que tienen algo así como delirio de aves.) qué tal estuviéramos lejos. en el espacio y en el tiempo.)

quise escribir tanto, hasta morirme por dentro (o hasta revivir del todo. hasta revivirlo todo).
la memoria se compadece de mis restos.

las libélulas han migrado mucho más tiempo que las aves.
surcan la geografía de mis manos como buscando algo que yo no puedo hallar.

(todo es como tomar fotos. voltear la perspectiva, la mirada y luego encontrar el fondo. cóncava o convexa la esencia surge ahí, en menos de un segundo. el espíritu de las cosas es como un breve momento que no está regido por el tiempo. sólo por el espacio.)
a M.

Los primeros recuerdos que tengo del mar los construí justo después de ver las fotos de una niña, chiquita y caprichosa, en ese mar. La niña era yo, claro, y en la primera foto aparecía con un vestidito amarillo, una pala y un balde, sentada sobre la arena, a la orilla del mar y haciendo mala cara. Me volteé sólo para la foto. No creo que tuviera más de 3 años.Pensaba hace poco que me hubiera gustado tener un recuerdo real del mar, acordarme de una sensación precisa frente a la infinitud, el olor a sal, el sonido de la espuma sobre la arena, el color azul. Recordar con exactitud la impresión que probablemente me dieron las olas al ir y volver a mis pies a un ritmo lento; recordar si tuve, de niña y como dicta el cliché, la consciencia de la propia insignificancia frente a la imponencia de lo que la vista no puede abarcar. Pero no, no tengo nada de eso. Recuerdo haber visto las fotos varios años después de ser tomadas. Y recuerdo haberme sentido absolutamente ajena a la imagen, a la niña que se volteaba de mala gana para que le tomaran la foto. La misma foto que ahora, curiosamente, es el único elemento que tengo a la mano para intentar desesperadamente darle forma y contenido a un recuerdo que, presiento, tengo en la memoria, pero que no puedo moldear aún. Pero lo intento. Es lo que único que me queda: la foto y las palabras para intentar describirla. No tengo más.Miro la foto mucho, como los viejitos con nostalgia de un pasado que por más que intentan no pueden asir. La miro para ver si encuentro algo de mí en ella. Busco en la mirada inconforme y arrogante de esa niña, en su posición obligada, en su mirada, en la forma de su boca, en la manera de sostener la pala con una mano y la arena con la otra algo vigente en mi yo de ahora. La miro para ver si puedo rastrear alguna constante, algún signo que me hable de que, en efecto, era yo, y que de alguna manera lo sigo siendo. No sé si lo consigo.
Ahora no sé si quiera conseguirlo.
No sé si eso sea lo que quiera en general. No sé si en efecto deba usar la foto como referente de algo. No sé si, en cambio, deba dejarla ser lo que es y ya. Ponerla en el álbum de la familia y con eso dejar de guardar su significado como un tesoro reservado sólo para mí. Tal vez deba dejarla ser, dejar de atarla a mí como si algún día me fuera a revelar algo. De pronto la foto existe sólo para ayudarme a construir un recuerdo del recuerdo original que ya perdí para siempre. De pronto es sólo una ayuda del mar para que logre configurar en mi memoria un primer recuerdo de él, aunque no sea el real. Pero alguno.Entonces agradezco la existencia de la foto per se, independientemente de lo que guarde para mí (o de lo que no guarde). Entonces me doy cuenta que las fotos son fragmentos de tiempo y espacio que cambian continuamente y nunca –nunca– dejan de cambiar. Que en 20 años veré la foto y tal vez ya no me acuerde de lo que hoy quiero recordar, sino que vendrá a mi memoria este momento preciso en el que te estoy escribiendo esto. Este momento, esta tarde, esta mañana y esta noche. Que entonces asociaré la foto contigo. No sé por qué. Pensar en ti me hizo pensar en el mar (en el que estaré mientras tú estás en ese otro sitio), y pensar en el mar me hizo pensar en mi primer recuerdo del mar. Pensar en mi primer recuerdo del mar me hizo pensar en ti, en mi primer recuerdo de ti que son tus palabras y tus fotos hace muchomucho tiempo, aunque no me creas. Entonces todo pareció estar conectado, de algún modo.Y quiero liberar a las personas, como a la foto, de lo que puedan decirme a mí misma de mí. Difícil tarea, creo, pero quiero empezar. Quiero pensar en instantes, quiero pensar en fragmentos, quiero aprender a liberar a los demás de mí. Y quiero empezar por mí misma, dejando a un lado lo que la foto me podría decir y conformándome con cerrar los ojos y construir rápidamente un recuerdo de la niña tocando al mar y sintiendo el olor a sal y suspirando y queriendo sumergirse en él para siempre. Quiero, en muchos años si es que llego a vivirlos, cuando sólo tenga esto que te escribo para recordarte, pensar que te asocié con la primera vez que ví el mar. Entonces, seguramente, me será muy muy difícil olvidar todo esto.



the jobs and the whales

la ballena sabe nadar, tomar agua y escupir luego. es buena en eso porque para eso fue hecha.

ser bueno en algo.
tener talento, disposición, destreza técnica.
ser intuitivo, instintivo, impulsivo en la dosis deseable.
tener predisposición, hacer las cosas bien.
ser valiente, no retroceder, no rendirse, no darse de baja a mismo.
ser fuerte.
aprender a escuchar, aprender a escucharse una y cien veces.
aprender a repetirse. aprender a repetirse. aprender a repetirse. aprender a repetirse. en voz alta.
hablarse al oído. en voz alta.

hacer copias de él mismo es el trabajo del artista.
copiar un discurso, una letra.
trasladar su propio cuerpo a palabra, imagen, sonido, huella, souvenir.
traducirse en el lenguaje de lo impropio.
transcribirse una y dos veces, aunque el resultado sea siempre la misma levedad.

el trabajo del artesano es nunca reafirmarse. encontrarse sólo en la pérdida constante de sí mismo.
en la tragedia, el desastre para Blanchot. ese es el nicho del tallador de muebles. del carpintero.

dar a luz una obra es que el fruto caiga del árbol por su propio peso (no es semilla, es fruto. y como fruto se pudrirá.)
el trabajo del artista es que el fruto sea siempre semilla. nunca resultado, siempre potencia.
la dignidad del artista es la incompletud; de él y de su obra. de sus herramientas y su proceder.
la incerteza.
la mentira, la duda, la arena, la desconfianza, la repetición de la incertidumbre.
el trabajo mecánico, por años criticado al ser producto de una maquinaria capitalista, adquiere su mayor valor en el proceso creativo. la repetición bloquea lo mental para abrirle paso a lo sensorial.
se puede encontrar, si se lo propone, la apertura al mundo de la s e n s a c i ó n en la reproducción automática.
andar a tientas.
que todo sea una escalera a pequeña escala.
que todo sea el mundo a pequeña escala.
el universo como un punto. el universo como parte prescindible del universo.

p
i
x
e
l
a
r
la vida.
el inicio es sólo un eslabón, no define nada. el final se determina solo en tanto sospecha.

es nu porbelma ed lnegjuage.

siempre pensar la obra como un comienzo.
sólo así podrá ser, algún día, un final.

la ballena es el comienzo de un sueño que sueña con el firmamento.
 
 
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