Jueves.

El guardia de seguridad da una, dos, tres vueltas por el lugar. Se apoya sobre una silla, luego vuelve a atravesar el espacio y se apoya sobre otra. Saca su celular, lo abre, mira la hora, lo cierra, lo vuelve a guardar. Bloquea con una cinta el acceso al segundo piso, cierra la puerta de entrada.
La gente llega sola, con sus hijos pero generalmente en parejas. Compran, comen, hablan del día que acaba de pasar, de por qué no están la playa, del calor tan inhumano, de que Buenos Aires es muy triste así, y luego se van. El aire acondicionado hace olvidar momentáneamente el calor de las calles, el humo denso que se respira entre los carros.
Termino un libro de Bolaño. Quedo tan desconcertada, tan sobrecogida que debo empezarlo otra vez. Repaso nuevamente sus primeras páginas: tal vez intento recuperar algo de la historia que ya hacia el final se me escapa, tal vez sólo quiero forzarlo a alguna suerte de circularidad.
He visto entrar y salir al señor del delivery más de 10 veces. Va, entrega, vuelve, recoge, va, entrega, vuelve.
Debo encontrar un kiosco abierto de camino a la casa, no tengo cigarrillos hace dos días y mis uñas sufren las consecuencias. También debería buscar leche, tal vez pan o huevos. A esta hora ya no hay nada abierto. Nada donde vendan leche, pan o huevos. El otro problema es que no me quiero ir de acá, aunque huela a la comida del imperio y no quiera volver a ver una hamburguesa en mi vida, me siento mejor acá. Y quisiera terminar la novela de Bolaño. Y, al terminarla, volver a empezarla y volver a terminarla. Quedarme acá así, leyendo y releyendo la misma novela para siempre.
El guardia me mira leer y sé que sabe que hoy no tengo a dónde ir. Me mira e imagina que algún día tendrá mucho dinero y podrá viajar y comprar joyas y relojes y ropa muy cara, y no tendrá que volver nunca más a este lugar, ni como empleado ni como cliente ni como dueño ni como nada. Piensa que cuando sea millonario viajará, viajará mucho. Y tal vez en alguno de esos viajes se encontrará con una escena parecida a ésta. Entonces, como un gesto de condescendencia frente a su pasado, le comprará libros y un tiquete de vuelta a su casa a alguna muchachita triste que ya no tenga a dónde ir, que ya no sepa a dónde volver.

Vamos.

Nuestra última noche transcurrió entre un concierto de música enviada del más allá, una siesta en mi cama (que ahora es nuestra) y el aeropuerto a la madrugada.

Yendo o viniendo.
Quedándote o yéndote.

Vi tu avión despegando. Vi tu dulzura anidar adentro mío. Te vi quedándote cuando te ibas.
Vamos a esperar que el cielo sí sea uno solo, con mil formas. Me voy a ausentar un segundo, voy a soñar con nuestro mar. Voy a recrear nuestra arena, nuestra orilla, nuestro rincón olvidado del mundo. Y va a caer el sol otra vez y va a volver a salir y así nos vamos a ir buscando.

Depronto luego pueda haber una casa para los dos. Empieza una nueva añoranza. Se redirige el anhelo.
Creo que ya nos estábamos esperando.

Con tus arenas y mi viento, el tiempo corre hacia atrás.

Intersticio.

i.
Mi conversación con S. anoche giraba entorno a la letra Z como herramienta para simbolizar el sueño en las historietas, en los libros, en las películas. La Z, decía él, simbolizaba el final del idioma -cualquier idioma occidental-, del lenguaje, del pensamiento o la razón para entrar en la lógica subyacente del sueño.

ii.
Yo tengo la responsabilidad de renombrar el mundo incluso a costa de mí misma. Soy un móvil que transporta otras vidas (otras muertes). Las vidas pasadas, las vidas vencidas. Suena en mi cabeza tan arrogante como profético.

iii.
Leer elpájaroquedacuerda en el colectivo de vuelta a mi casa. Ver la ciudad amaneciendo. Ver el sol rozar con sus tenues rayos la piel de la gente que termina un día o apenas lo inicia. ¿Cuántas descripciones del amanecer habrá en el mundo? Y dentro de todas ellas, ¿qué lugar tendrá la que acabo, torpemente, de intentar?
Estar sola.
¿Quiénes de los que observo en el colectivo vuelven a su casa? ¿Quiénes acaban de partir de ella para volver por la tarde o por la noche, o tal vez para nunca más volver?

iv.
Escogemos estar solos. Optamos por fabricar el sputnik que seremos y nos lanzamos así, incomunicados y desprotegidos, a girar eternamente en el espacio.

v.
Me duele la música que se me mete por debajo de la piel y nunca se va. A veces me imagino que es lo que me ata a mi propio cuerpo.

vi.
Coixet y el frío.

vii.
No se debe oponer resistencia a la corriente: hay que ir hacia arriba cuando hay que ir hacia arriba, y hacia abajo cuando hay que ir hacia abajo. Cuando debas ir hacia arriba, busca la torre más alta y sube hasta la cúspide. Cuando debas ir hacia abajo, busca el pozo más profundo y desciende hasta el fondo. Busca la torre más alta y sube hasta la cúspide. Busca el pozo más profundo y desciende hasta el fondo.
Murakami y mis días de perpetua errancia.

Ir. Venir. Volver.

Tengo un dilema constante cuando me arriesgo a escribir sobre un lugar o un escena particular de la vida cotidiana. Si estoy en el lugar, intentar narrarlo desde alguna suerte de objetividad de la experiencia me parece extraño, un poco ajeno. Si, por el contrario, escribo desde el recuerdo, me siento un poco más dueña de las imágenes, de los lugares, de los momentos.

Pensaba en eso porque ahorita me paré a fumar a la ventana y mi perspectiva de la calle y de ese momento particular del día era tan clara, que quise tomarle una foto y enviársela a él. Estaba perfecto. Ese clima helado heladísimo, ese vientico, el ruido de los carros, la abrumadora-bruma, el color gris-azulado de la entrada de la noche. Era para una fotografía perfecta, clarísima, diciente, simbólica. Pero entonces pensaba: ¿qué le hubiera podido contar de eso si le mandaba la foto, qué tanto podría distorsionar o enriquecer la imagen -para mí autosuficiente- con las palabras que hubiera usado? Depronto sí, depronto hubiera podido particularizarla, como trato muchas veces. Pero no, en ese momento sentí que el momento tenía que ser y dejar de ser ahí mismo, apenas cayera completamente la tarde, y que nadie -ni yo- podía intentar retenerlo en una imagen estática. He tenido esa inquietud muy presente acá. He tomado muy pocas fotos porque apenas voy a sacar la cámara, a enfocar la imagen o a hacer click, siento que no es el momento todavía. Es extrañísima esa sensación, pero me gusta.

Hablaba con C. de los extraños laberintos que toma la conciencia para construir memoria. Hablábamos de la memoria sin recuerdo, es decir la sensación de llegar a un lugar completamente nuevo y sentirse, de inmediato, parte de él, de su historia, de sus calles, de sus memorias, sin haber estado nunca antes allí. Pensaba entonces en una idea del recuerdo como algo universal, no únicamente mediado por los hechos prácticos y las reminiscencias físicas, sino por una suerte de categoría del pensamiento mucho más amplia, mucho más avasalladora. Sentirse como en casa sin estar en casa plantea un mundo absolutamente inabarcable de emociones que me es difícil describir y comprender en este punto de mi vida. Empezar a estar de paso desde ahora y por el resto de mi existencia cuestiona una cantidad innombrable de postulados e ideas que habían marcado todas mis experiencias pasadas. Ahora se trata de ser un pasajero eterno. Se trata de hacer del viaje una nueva cotidianidad. La extranjería empieza a hora y, como le decía a C., probablemente nunca se irá, nisiquiera cuando vuelva a mi casa. Ya no será mi casa, ya no seré yo su estática habitante, ya nunca volveré a ser una ciudadana circunscrita a un lugar específico, a una nacionalidad, a un país, a una ciudad, a un hogar. La categoría, hasta hace unas semanas segura e inamovible, del hogar está cambiando radicalmente de sentido, desde hoy y para siempre.

Cada espacio nuevo que descubro en Buenos Aires me habla de todo esto. Cada calle, con la historia y la ficción que la constituye, me habla de mí misma en el plano del viaje eterno. Tener que apropiarme de un nuevo espacio, de una nueva rutina y ritmo de vida me resulta impactante. ¿Qué es habitar, que es poseer un espacio físico? El recorrido es una ilusión, el viaje y la conquista del espacio ganan significado sólo en la medida en que son un acto consciente, encaminado a apropiarse, verdaderamente, de la ciudad; no sólo como geografía, sino en su totalidad marcada por el fragmento, el instante, la pieza informe del rompecabezas inacabado que es el mundo.

Perec escribe:

O bien arraigarse, encontrar o dar forma a las raíces de uno, arrancar al espacio el lugar que será el nuestro, construir, plantar, apropiarse milímetro a milímetro de la propia cosa: pertenecer por entero a nuestro pueblo, saber que no es de la región de Cévennes o de Poitou. O bien no llevar más que lo puesto, no guardar nada, vivir en un hotel y cambiar a menudo de hotel y de ciudad y de país; hablar, leer indiferentemente cuatro o cinco lenguas; no sentirse en casa en ninguna parte, pero sentirse bien en casi todos los sitios.

El viaje presenta así la dicotomía entre conquista y percepción. El viaje predispone a la transición, al movimiento y, de alguna manera, al cambio. El viaje implica, casi que necesariamente, una predisposición a la contingencia.Encuentro entonces una correspondencia muy clara entre el viaje y la escritura en este momento de mi vida. Es justamente esta metáfora del viaje físico la que me sirve ahora para ilustrar el proceso humano que ocurre en su afán de conquista de un espacio del que no es consciente que es autor: se trata entonces de re-poseer lo que en principio, y sin esfuerzo, le es propio. Lo mismo sucede en el viaje interior, expresado mediante el acto de la escritura: posiblemente no se trata de asir la totalidad, el espacio absoluto e íntegro que en su sed ciega de posesión cree que debe conquistar; es, por el contrario, una exploración geográfica del instante, del fragmento, de la propia voz.

brimcar con fogo



(qué tal estuviéramos en ciudades distintas-distantes. en países distintos-distantes. en mundos distintos-distantes. en dos galaxias excluyentes. qué tal estuviéramos hechos de materiales distintos (y no de la misma madera). qué tal migraras como una de esas libélulas que son capaces de recorrer 140 kilómetros en un día para llegar al clima adecuado (leía hace poco que tienen algo así como delirio de aves.) qué tal estuviéramos lejos. en el espacio y en el tiempo.)

quise escribir tanto, hasta morirme por dentro (o hasta revivir del todo. hasta revivirlo todo).
la memoria se compadece de mis restos.

las libélulas han migrado mucho más tiempo que las aves.
surcan la geografía de mis manos como buscando algo que yo no puedo hallar.

(todo es como tomar fotos. voltear la perspectiva, la mirada y luego encontrar el fondo. cóncava o convexa la esencia surge ahí, en menos de un segundo. el espíritu de las cosas es como un breve momento que no está regido por el tiempo. sólo por el espacio.)
a M.

Los primeros recuerdos que tengo del mar los construí justo después de ver las fotos de una niña, chiquita y caprichosa, en ese mar. La niña era yo, claro, y en la primera foto aparecía con un vestidito amarillo, una pala y un balde, sentada sobre la arena, a la orilla del mar y haciendo mala cara. Me volteé sólo para la foto. No creo que tuviera más de 3 años.Pensaba hace poco que me hubiera gustado tener un recuerdo real del mar, acordarme de una sensación precisa frente a la infinitud, el olor a sal, el sonido de la espuma sobre la arena, el color azul. Recordar con exactitud la impresión que probablemente me dieron las olas al ir y volver a mis pies a un ritmo lento; recordar si tuve, de niña y como dicta el cliché, la consciencia de la propia insignificancia frente a la imponencia de lo que la vista no puede abarcar. Pero no, no tengo nada de eso. Recuerdo haber visto las fotos varios años después de ser tomadas. Y recuerdo haberme sentido absolutamente ajena a la imagen, a la niña que se volteaba de mala gana para que le tomaran la foto. La misma foto que ahora, curiosamente, es el único elemento que tengo a la mano para intentar desesperadamente darle forma y contenido a un recuerdo que, presiento, tengo en la memoria, pero que no puedo moldear aún. Pero lo intento. Es lo que único que me queda: la foto y las palabras para intentar describirla. No tengo más.Miro la foto mucho, como los viejitos con nostalgia de un pasado que por más que intentan no pueden asir. La miro para ver si encuentro algo de mí en ella. Busco en la mirada inconforme y arrogante de esa niña, en su posición obligada, en su mirada, en la forma de su boca, en la manera de sostener la pala con una mano y la arena con la otra algo vigente en mi yo de ahora. La miro para ver si puedo rastrear alguna constante, algún signo que me hable de que, en efecto, era yo, y que de alguna manera lo sigo siendo. No sé si lo consigo.
Ahora no sé si quiera conseguirlo.
No sé si eso sea lo que quiera en general. No sé si en efecto deba usar la foto como referente de algo. No sé si, en cambio, deba dejarla ser lo que es y ya. Ponerla en el álbum de la familia y con eso dejar de guardar su significado como un tesoro reservado sólo para mí. Tal vez deba dejarla ser, dejar de atarla a mí como si algún día me fuera a revelar algo. De pronto la foto existe sólo para ayudarme a construir un recuerdo del recuerdo original que ya perdí para siempre. De pronto es sólo una ayuda del mar para que logre configurar en mi memoria un primer recuerdo de él, aunque no sea el real. Pero alguno.Entonces agradezco la existencia de la foto per se, independientemente de lo que guarde para mí (o de lo que no guarde). Entonces me doy cuenta que las fotos son fragmentos de tiempo y espacio que cambian continuamente y nunca –nunca– dejan de cambiar. Que en 20 años veré la foto y tal vez ya no me acuerde de lo que hoy quiero recordar, sino que vendrá a mi memoria este momento preciso en el que te estoy escribiendo esto. Este momento, esta tarde, esta mañana y esta noche. Que entonces asociaré la foto contigo. No sé por qué. Pensar en ti me hizo pensar en el mar (en el que estaré mientras tú estás en ese otro sitio), y pensar en el mar me hizo pensar en mi primer recuerdo del mar. Pensar en mi primer recuerdo del mar me hizo pensar en ti, en mi primer recuerdo de ti que son tus palabras y tus fotos hace muchomucho tiempo, aunque no me creas. Entonces todo pareció estar conectado, de algún modo.Y quiero liberar a las personas, como a la foto, de lo que puedan decirme a mí misma de mí. Difícil tarea, creo, pero quiero empezar. Quiero pensar en instantes, quiero pensar en fragmentos, quiero aprender a liberar a los demás de mí. Y quiero empezar por mí misma, dejando a un lado lo que la foto me podría decir y conformándome con cerrar los ojos y construir rápidamente un recuerdo de la niña tocando al mar y sintiendo el olor a sal y suspirando y queriendo sumergirse en él para siempre. Quiero, en muchos años si es que llego a vivirlos, cuando sólo tenga esto que te escribo para recordarte, pensar que te asocié con la primera vez que ví el mar. Entonces, seguramente, me será muy muy difícil olvidar todo esto.



the jobs and the whales

la ballena sabe nadar, tomar agua y escupir luego. es buena en eso porque para eso fue hecha.

ser bueno en algo.
tener talento, disposición, destreza técnica.
ser intuitivo, instintivo, impulsivo en la dosis deseable.
tener predisposición, hacer las cosas bien.
ser valiente, no retroceder, no rendirse, no darse de baja a mismo.
ser fuerte.
aprender a escuchar, aprender a escucharse una y cien veces.
aprender a repetirse. aprender a repetirse. aprender a repetirse. aprender a repetirse. en voz alta.
hablarse al oído. en voz alta.

hacer copias de él mismo es el trabajo del artista.
copiar un discurso, una letra.
trasladar su propio cuerpo a palabra, imagen, sonido, huella, souvenir.
traducirse en el lenguaje de lo impropio.
transcribirse una y dos veces, aunque el resultado sea siempre la misma levedad.

el trabajo del artesano es nunca reafirmarse. encontrarse sólo en la pérdida constante de sí mismo.
en la tragedia, el desastre para Blanchot. ese es el nicho del tallador de muebles. del carpintero.

dar a luz una obra es que el fruto caiga del árbol por su propio peso (no es semilla, es fruto. y como fruto se pudrirá.)
el trabajo del artista es que el fruto sea siempre semilla. nunca resultado, siempre potencia.
la dignidad del artista es la incompletud; de él y de su obra. de sus herramientas y su proceder.
la incerteza.
la mentira, la duda, la arena, la desconfianza, la repetición de la incertidumbre.
el trabajo mecánico, por años criticado al ser producto de una maquinaria capitalista, adquiere su mayor valor en el proceso creativo. la repetición bloquea lo mental para abrirle paso a lo sensorial.
se puede encontrar, si se lo propone, la apertura al mundo de la s e n s a c i ó n en la reproducción automática.
andar a tientas.
que todo sea una escalera a pequeña escala.
que todo sea el mundo a pequeña escala.
el universo como un punto. el universo como parte prescindible del universo.

p
i
x
e
l
a
r
la vida.
el inicio es sólo un eslabón, no define nada. el final se determina solo en tanto sospecha.

es nu porbelma ed lnegjuage.

siempre pensar la obra como un comienzo.
sólo así podrá ser, algún día, un final.

la ballena es el comienzo de un sueño que sueña con el firmamento.
and that;

Sería más fácil no saber dónde estás, cómo acceder. Poder eliminar el canal de entrada a ti sería lo justo. Pero yo sé que sigues al otro lado, que sólo debo esforzarme (cuando esforzarme puede implicar el daño, la muerte incluso) para pasar. Para comunicarme. Éste es uno de tantos intentos, uno que no muere en el silencio (espero), como todos los demás. Ahora arrastro con culpas que pesan más que los recuerdos. Con recuerdos que pesan más que el amor. Con un amor que pesa, aún, en mí; que se mantiene vivo hasta ahora. Un amor ultrajado, roto y deshecho, que parece no resignarse. F. me habló hace poco de la absoluta resignación del animal frente a la certeza de la muerte, a diferencia del humano, que se obstina incluso ante la más inmensa verdad. Me gustaría resignarme, irme. El problema es la esquizofrenia. Que siento que mi cuerpo se va, mi cuerpo arremete hacia otros lados, horizontes próximos. Mi mente pasmada. Mi alma en duelo. Así, hora tras hora y día tras día, intentando comprender qué es irse, qué es luchar, qué es lo justo. Si lo justo es que tengas una vida sin mí. Si lo justo es sufrirlo todo en tu nombre, en nombre de nosotros. Si el amor redime la culpa. Si en nombre de los años se pueden regenerar las heridas. Si las heridas causadas al otro son justificadas. Si se puede justificar la traición. Si la traición es deslealtad. Si el amor puede curar. Si la esperanza es algo concreto. Si puedes poner tu fe en mí una última vez. Si siempre debe haber una última oportunidad. Si todos merecemos el perdón. Si el perdón cura. Si el dolor reconstruye. Si hay que tener la resignación del animal frente a la pérdida. Si hay que luchar. Si hay que luchar. Si hay que luchar. Te rendiste. Entiendo que tu amor es millones de veces más grande que el mío. Me ha costado comprenderlo sin rabia, sin rencores. No lo logro aún, sólo lo entiendo en breves momentos de lucidez. Comprendo que tu amor es inmenso. Mi amor se redujo a esperar, a combatir. Tu amor nunca cedió. Yo hice ceder el mío, yo causé el daño, abrí la herida y la llené de piedras. Tú te mantuviste, hasta donde fue posible, en pié. Yo viví de rodillas, frente a ti, frente a mí misma, frente a todo. Suplicante, pero a la vez destruyendo todo a mí paso. Destruyendo tu amor, tu honestidad, tu entrega absoluta. Sabiendo que estaba a tiempo de resolver, sabiendo que en un tiempo iba a ser demasiado tarde. Repitiéndome Astrid va a ser demasiado tarde, va a ser demasiado tarde, no esperes que sea demasiado tarde. Pero dejando todo pasar. Tolerándome a mí misma lo intolerable. Justificando mi estupidez. Ahora debo justificar la pérdida. Debo perdonar que te rindieras. Yo soy un mar de incompletudes. Soy un universo hecho de partes inconexas, que a su vez resulta inconexo con su exterior. Debo reconstruir cada parte. Debo repensar cada acción para que tenga sentido con el todo. Nunca aprendí a amarte, ahora voy a aprenderlo, sola, y voy a aprender a desamarte también, sola. Desaproveché cada cosa, cada instante, cada amor tuyo. Tal vez pueda aprovechar lo que me quedó, el recuerdo y la distancia. Te aprovecharé ahora, en tu forma más abstracta, fantasmal.
}



las
hojas
caen
verticales
como

la

música
hacia
abajo
sin
cimientos
ni

armaduras

sun in my mouth





i will wade out
till my thighs are steeped in burning flowers


La contradicción habla de todo lo que sucede de maneras paralelas entre la gente; habla del contrapunto que va unido inseparablemente a la existencia. La vida, incluso en sus formas más mínimas, es una expresión de la capacidad que los entes tienen de contraponerse de manera mutua, en una cadena infinitamente extensa de vínculos entre sus partes, que suceden justamente gracias a la oposición. Como en el rizoma, cada partícula de cada molécula de cada cuerpo tiene un nexo profundo con la totalidad de las partes. Cada parte, a su vez, contiene todas las partículas posibles, es decir, un número infinito y por tanto irracionalizable de ellas. Las relaciones entonces son una suma inimaginable de tiempo, sujetos y lugares. Justo ahí, desplomarse en una diafonía de tonos plateados y azules. Justo en el momento en que la oposición sucede, inclinarse hacia el otro lado y atravesar el límite entre el sujeto y el objeto; llevar a cabo la relación última. Derribarse y caer en un oceáno ilimitado de sustancia y forma, de flores y fuego. Contraer el espíritu y volverse aire concreto, y fugarse de ese modo. Arremeter con todas las fuerzas posibles y derribar los muros, volverse parte de una creciente humareda de textura húmeda y brillante.


i will take the sun in my mouth
and leap into the ripe air


Murakami habla de que el mundo es como una inmensa caja de correo: todo adentro es una sucesión indeterminada de fluido y transición. El amor, el odio, el tiempo, la conciencia... todo varía constantemente y pasa a ser otra cosa que antes ni siquiera se había considerado posible,. aunque lo que lo contiene no varíe en apariencia. El hombre es una simple manifestación de eso que compone al mundo, e incluso de eso que lo compone a él mismo. Ningún fragmento es estático; todo muta en diferentes formas de una misma indeterminación. La variabilidad impredecible de las partes hace que, en el intento humano por estatizarlas y querer sustituir unas por otras, el resultado no sea el esperado, y las partes continúen existiendo y fluctuando por y en sí mismas. Lo esperable es justamente lo inesperado (esperar lo inesperado, aceptar lo inaceptable). Sólo queda saltar y empaparse.

alive
with closed eyes

El contante silencio. El eterno retorno. La ineluctable caida al vacío. La imparable fuerza del absurdo. La fuga como huida. La huida como tiempo. El tiempo sonoro. La música del silencio.


to dash against darkness
in the sleeping curves of my body
shall enter fingers of smooth mastery
with chasteness of sea-girls

Impregnarse de cuerpo. Sólo impregnarse de cuerpo.


will i complete
the mistery of my flesh


Alzar la mirada y divisar un horizonte paralelo a las angustias. Alzar la cabeza, confirmar la presencia de un horizonte no precisado antes. Dar el salto, primero y final al mismo tiempo. Abandonarse a las aguas turbias del pensamiento. Ubicar el momento anterior al pensamiento, la materia física que precede la emoción. Soltarse a la ubicuidad del espacio, que no posee límites, que nisiquiera está trazado. Dios mueve al jugador y éste la pieza ¿qué Dios detrás de Dios la trama empieza? ¿de polvo y tiempo y sueño y agonías?, dice Borges. Localizar el dios antes del dios, el hombre antes del hombre, el lenguaje antes del todo. Entonces descubrir los misterios que habitan en cada partícula de materia humana, ajenos a la conciencia desde el más primigenio estado del mundo. La conciencia de la incompletud. Los fragmentos se deshacen en más fragmentos, y ellos a su vez en otros más; esa es una lógica indebatible del transcurrir animal más primitivo. Al hombre no le basta saberse incompleto, inconcluso. Entonces busca detrás de su dios, detrás de su pensamiento, detrás de su lenguaje cualquier rezago de lo que le falta. No lo consigue. Sólo encuentra carne y descomposición.


i will rise
after a thousand years
lipping flowers
and set my teeth in the silver of the moon

El despertar sucede de formas violentas. El tiempo es el frasco donde envasan la arena. El desprendimiento se demora, pero ocurre.

the sea's only gifts are harsh blows—




En Into the Wild, Chris, justo después de graduarse de la universidad, se va a viajar por Estados Unidos con el único deseo de llegar a Alaska. Deja su casa, su dinero, sus amigos, su familia, y se va a viajar sin darle razón de nada a nadie. Es una típica road movie, cuya estructura narrativa es fragmentaria y fascinante. Habla, como la mayoría de su tipo, de la libertad y del autodescubrimiento que se consigue mediante el viaje exterior como metáfora del viaje interior. Chris se enfrenta a un profundo desasosiego frente a su mundo inmediato, pero también frente a otro mundo más amplio y violentamente adverso. Descubre la desavenencia frente a sí mismo, como sujeto en relación con su universo exterior. La película, como muchos libros y canciones y muchas otras películas, sugiere la huella de inconformidad que queda del enfrentamiento con la soledad (la soledad en un mundo impersonal y masificado, si se quiere) cuando no se está preparado para ella. Esa es la motivación de la fuga: encontrarse de frente con una naturaleza abiertamente desfavorable para la supervivencia, mediante la cual se logre medir la capacidad humana de revivir desde las cenizas. Los únicos regalos del mar son los golpes ásperos y, ocasionalmente, la posibilidad de sentirse fuerte, dice Chris en algún momento. No es el hecho de ser fuerte, como el animal cuya supervivencia sí depende casi que exclusivamente de su fortaleza real, sino el hecho de sentirse fuerte. De razonar las posibilidades y escoger sobrevivir.
Aprender a lidiar con la soledad, con el abandono y con la sensación de rechazo de las personas. Hay un sentimiento que subyace toda acción, y es justamente el de una plena conciencia de debilidad, tanto mental como emocional y física. La conciencia de la propia fatalidad humana posibilita la conciencia del resto de las acciones, del resto de eventos y situaciones que ocurren en el planeta. Esto, sin embargo, no implica una infelicidad anunciada, una impotencia absoluta frente a las relaciones, o incluso frente a la existencia del amor mutuo, de la compañía, del cariño; porque se aprende, tarde o temprano, a lidiar con el fracaso humano. Se aprende a resistir de frente a la incompetencia emocional y a la íntima debilidad propia.
Como una de esas metáforas usadas por profesores en el colegio, el hombre aprende a saberse una micropartícula insignificante en un mundo tan inmenso como hostil. El microcosmos, sin embargo, encuentra su correspondencia con el macrocosmos; entonces hay una cercanía entre el individuo y el círculo que lo contiene, se acorta el espacio entre el yo y el otro. Sólo así el humano aprende a restituirse como humano. Sólo mediante el reconocimiento honesto de esa esencia débil y amorfa del hombre en relación con un universo que en últimas funciona igual que sus partículas, se puede seguir adelante luego de la caída.
La fuga entonces, tanto en el caso de Chris (cuya supervivencia no parece ser sólo física, sino que hace parte de un ritual interior mucho más amplio) como en el caso de cualquier otro, se establece como una posibilidad de resistencia frente al fracaso. La tensión entre asumir el error y el desasogiego y curarlos se da de muchas formas; algunas veces la manera es encararlos y limpiar heridas en el momento, otras veces es trazar un mapa, un laberinto interior que debe ser descifrado en el camino. No hay fórmulas absolutas para acercarse al sentir humano, quese mueve de un polo a otro. Durante el viaje (que puede ser interior o exterior, humano o animal, racional o intuitivo) nos hacemos testigos únicos del carácter variable y fragmentario del ser humano, que sólo es expresable mediante una conciencia que ubique los límites de la autoimpuesta racionalidad.
El abandono suele asumirse como una forma de escape, desde el que lo ejecuta, y como una forma de cobardía, desde el que es objeto del abandono. La huída nunca es plenamente correcta o incorrecta; el camino se establece sólo a medida que se construye, no antes ni después. Trazar un mapa significa evaluarlo todo desde una conciencia racional; vivir el mapa, destruirlo y reconstruirlo a medida que la fuga se da, es una manera de reivindicarse desde la más pura individualidad. La soledad golpea como el mar, con violentas arremetidas que deshabilitan y habilitan a la persona una y otra vez para superar las cosas que le sobrevendrán. En la perspectiva, como siempre, se ubica la respuesta a cada uno de los golpes.
 
 
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